Cuando hablamos de inversiones no sólo debemos pensar en el aspecto financiero. En el proceso de inversión intervienen muchos otros factores como la ansiedad, los deseos personales, la situación socio económica del país, etc. Pero existen ciertas emociones que, de no ser controladas debidamente, pueden jugar una mala pasada y llevar al inversionista a tomar decisiones apresuradas y/o poco acertadas. ¿Cuáles son? Te compartimos las tres más comunes.
1. Miedo
Esta emoción puede impedirte avanzar en inversiones rentables simplemente por falta de información o confianza en lo desconocido. El miedo también puede impulsarte a que te deshagas de un activo de manera precipitada y que luego adquiera un valor mucho mayor al que tenía cuando lo vendiste, un error que cometen con frecuencia muchos inversionistas.
Te sugerimos siempre asesorarte con profesionales en caso de que te surjan dudas al momento de concretar una inversión. No sólo para que puedan brindarte la seguridad que estás necesitando, sino también para que puedas encontrar en conjunto la propuesta de inversión que mejor se adecúa a tus objetivos y posibilidades.
2. Codicia
Es el otro extremo del miedo. La codicia se encuentra alimentada por altas expectativas y por un optimismo poco racional (pero muy emocional) y es capaz de persuadir al inversor a que ignore su tolerancia al riesgo y concentre sus inversiones en instrumentos extremadamente volátiles. Curiosamente, el inversionista que cede a su propia codicia, posteriormente pasa a la primera emoción: el miedo.
Para evitar que esto suceda, te recomendamos mantener tus inversiones diversificadas; no concentrar todos tus ahorros en un mismo tipo de inversión, y apostar por ciertos instrumentos seguros. Un ejemplo podrían ser los préstamos hipotecarios entre personas. Una inversión segura sin riesgo que permitirá hacer crecer tu capital sin ponerlo en riesgo por completo y, a su vez, evitarás caer en la codicia o en el miedo.
3. Arrogancia
La vanidad influye en el aprendizaje que todo inversionista debe tener. Un inversionista que cede a su vanidad, difícilmente reconocerá sus errores y se empecinará en demostrar que no se ha equivocado. Errores muy graves ya que todo el tiempo que demore en comprender que debe hacer un cambio de estrategia y que equivocarse es parte del aprendizaje, lo pagará con tiempo y dinero mal invertido.
Lo prudente es conocer los límites propios y entender que los cambios de decisión y la búsqueda de ayuda externa, forman parte del proceso mismo de inversión.
Ya conocés con qué emociones podés enfrentarte cuando te embarcás en el mundo de las inversiones. Ahora es tu momento de demostrar tus habilidades para dominarlas. ¡No dejes que te controlen y animate a hacer crecer tu capital con consciencia!